Por: Armando Martínez Leal
La tradición de los oprimidos nos enseña que
“el estado de excepción”
en que ahora vivimos
es en verdad la regla.
Walter Benjamin
Recientemente el doctor e historiador, Pedro Salmerón calificó a los miembros de la Liga Comunista 23 de septiembre como “jóvenes valientes”, a la postre la caracterización resultó sumamente complicada, el entonces director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (INEHRM), tuvo que presentar su renuncia al cargo por su afirmación.
El debate tiene varias aristas, en principio plantea la cuestión de si un funcionario público puede expresar este tipo de ideas. En la experiencia reciente de la administración pública, los funcionarios públicos han realizado aseveraciones de carácter personal que comprometen al gobierno: el Presidente de la República asistiendo a liturgias religiosas, la medalla Belisario Domínguez concedida al problemático empresario Alberto Baillères, el eterno aprendiz de Secretario entregando la medalla del Orden del Águila Azteca a controversial Jared Kushner, los ejemplos son vastos; sin embargo, las instituciones no son entes neutrales, en ellas se plasma en algún sentido las ideas de quien la ocupa. Un ejemplo de ello es que durante las conmemoraciones del bicentenario y centenario de la Independencia y la Revolución mexicana (2010), la administración calderonista puso el énfasis en la Independencia y no en la Revolución, porque no coincidía ideológicamente con el hecho.
La historia ha servido como un instrumento legitimador de los regímenes políticos. Durante la larga noche priista fue claro como se deformó cosificándola con héroes que en unos sexenios eran denostados y en otros reivindicados. Así le pasó al Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, quien en los años cuarenta del siglo pasado dejó de ser un bandido, un guerrillero, para ser un líder de un ejército revolucionario… y se llenaron de monumentos de Zapata las plazas.
El artículo del doctor Salmerón desató la furia de la derecha mexicana, el rancio empresariado pidió su cabeza, los ingenios historiadores de derecha de igual manera, se desató una cacería de brujas, en el fondo del debate, lo que no le gustó a la derecha es la reivindicación de la lucha armada como una forma de transformación social. El texto del doctor Salmerón abre un intersticio que es necesario aprovechar. La historia, los hechos acaecidos en el pasado han sido ocultados y otros ensalzados por los gobiernos en turno. Así ha pasado con la lucha política que desde los años 50 del siglo pasado cientos de jóvenes, mujeres y varones dieron por transformar al país a través de las armas.
La derecha tuvo un principal interés en abrogarse la lucha por la transformación democrática de México; como si la izquierda mexicana no hubiera participado activamente en ella; como si la lucha contra las injusticias sociales, la resistencia a los fraudes electorales y por mejores condiciones de vida no fueran parte fundamental de la construcción de un México democrático. De este debate también emerge la cuestión de las vías de la política; en los años ochenta del siglo pasado hubo una profunda discusión sobre ello, había posturas que sostenían que la lucha armada era una forma de hacer política y transformar al país, otra que negaban tal afirmación, sosteniendo que la violencia es la cancelación de la política, siendo el único camino posible el electoral.
El general Lázaro Cárdenas en 1938, pretende que el Partido de la Revolución Mexicana, sea el instrumento que medie entre el gobierno y la sociedad (creencia que para el politólogo Luis Javier Garrido es psicologismo puro), este deseo, “bien intencionado”, en la praxis nunca tuvo efecto, ya que tanto el partido como el gobierno se volvieron instituciones alejadas del pueblo de México; al extremo que la forma de hacer política fue cooptar, reprimir o asesinar a toda manifestación de oposición o desacuerdo. Ejemplo de ello es la disputa que Rubén Jaramillo dio en Morelos, que va desde la lucha por mejores condiciones de vida, la férrea pelea contra los cacicazgos, las empresas trasnacionales, la corrupción del gobierno local, la dura represión que lo obligó a la clandestinidad para finalmente ser asesinado, junto a su familia por elementos del ejército mexicano.
El Jaramillismo es un punto de inflexión en la historia de México. En la figura de Jaramillo se condensa como mónada la noche aciaga de la oposición mexicana. El Estado mexicano luchó incansablemente contra sus opositores, aquellos que no pudo comprar, cooptar: los eliminó, persiguió como criminales expulsándolos de sus comunidades, obligándolos a vivir en la clandestinidad y tomar las armas para sobrevivir. El Estado mexicano torturó y masacró a sus opositores, desde López Mateos, pasando por Díaz Ordaz… hasta Peña Nieto. Los métodos van desde colgarlos de los árboles, tirarlos desde aviones al mar —fantasmagóricamente el Estado mexicano innovó en esta práctica: “El avión de la muerte”, que profusamente copiaron las dictaduras latinoamericanas—, torturarlos hasta matarlos, quemarlos, descargas eléctricas… hasta introducir ratas en la vagina de las mujeres.
El debate que propone el doctor Salmerón es profundamente oportuno porque echa luz sobre aquello que aconteció y ha sido ocultado, negado. Se trata de la Historia de la izquierda revolucionaria, aquella que no tuvo otra opción, que sufrió la persecución y por ello decidió tomar las armas y combatir al Estado represor; o bien, porque ideológicamente era el camino para transformar al país. No es casual que tras los terribles años setenta del siglo pasado, durante la guerra sucia, el régimen político se viera obligado a elaborar una reforma política que legalizaba al Partido Comunista Mexicano, no es casual que después del levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el régimen político transformó el Instituto Federal Electoral… detrás de la construcción del Estado Benefactor mexicano están luchas de esos cientos de jóvenes. Sin el embate de Jaramillo no hubiera el sistema de guarderías del ISSSTE.
La lucha que de acuerdo a la investigación de la periodista Laura Castellanos: “México armado 1943-1981”, produjo más de una treintena de agrupaciones guerrilleras, es compleja y muy poco conocida. En principio porque no hubo un interés institucional en contarla, en los centros educativos no se enseña al respecto, los institutos de investigación han producido una nimia bibliografía sobre los hechos; hay pocos libros que cuenten la oscura noche de la democracia mexicana. También está el factor de aquellos que se fueron a la clandestinidad, aquellos que verdaderamente participaron en la lucha armada, saben que no es fácil contar su historia, porque es necesario mantenerse en la clandestinidad, porque el Estado sigue persiguiéndolos, o bien porque la organización política sigue vigente: pero también porque al régimen político no le interesaba que esa historia sea contada.
Los relatos de cómo un supuesto Estado democrático eliminaba secretamente a centenares de jóvenes, de cómo el ejército llegaba a comunidades, como Atoyac de Álvarez y torturaba a sus habitantes y desapareció a centenares, de cómo la paz priista se construyó bajo el abandono y la miseria de millones de mexicanos; de cómo un centenar de familias se hicieron multimillonarias haciendo que los estados del Norte se posicionaran con mejores niveles de vida, supeditado a la miseria de sus vecinos, para luego convertirse en “empresarios modelo”: filantrópicos. De cómo los caciques colgaban, hasta matarlos, a los opositores, de cómo el ejército violaba mujeres… de cómo desaparecieron a centenares de jóvenes, de cómo innovaron lanzando a opositores drogados al mar. El silencio sigue siendo la lápida que resguarda el crimen.
La lucha guerrillera que emprendieron miles de jóvenes, algunos como respuesta al autoritarismo del régimen, otros como una forma de sobrevivir frente a la persecución de las fuerzas armadas que iban por ellos, a matarlos, aniquilarlos… eliminarlos, borrarlos de la faz del espacio social y político del país; otros inspirados en el triunfo de la Revolución Cubana, en el manual de guerrillas de Ernesto “Che Guevara”, por las ideas marxistas, leninistas, por Mao… Trotsky, por la Teología de la Liberación… por Sendic y los TUPAMAROS, por la MISERIA; todos independientemente de su origen o definición ideológica emprendieron una lucha por la transformación del tiempo que les toco vivir. Ellos, estaban dispuestos a dar la vida por sus ideales, pero también a vivir con dignidad.
El debate que abre el artículo de Salmerón, esa provocación que le costó el puesto, debe tomarse, es urgente empezar a documentar los hechos, saber por qué cientos de miles de jóvenes desde los años cincuenta del siglo pasado se vieron obligados a tomar las armas, no se trata sólo de una reivindicación ideológica, sino de las condiciones objetivas que los obligaron a tomar dicha decisión. Comprender también que el trabajo político de las agrupaciones guerrilleras no se reducía al núcleo armado, ampliaron su base, haciendo trabajo en las comunidades, universidades, en los centros de trabajo. Muchos grupos guerrilleros en México mantuvieron diversos frentes políticos, su trabajo surtió una especie de desdoblamiento, estaban en el campo pero también en la ciudad… estaban en la sierra pero también en las aulas, estaban con las armas pero también en el Movimiento Urbano Popular.
El trabajo político de organizaciones político guerrilleras dio origen al Movimiento Urbano Popular que permitió una respuesta de los habitantes de la ciudad de México frente a los terremotos de 1985, no sólo en el rescate de los sobrevivientes y los muertos, sino en la reconstrucción de la Ciudad; en la creación de frentes únicos de damnificados que obligaron al Estado a asumir el costo de la reconstrucción de sus casas. Detrás de la idolatrada “solidaridad” chilanga, está la consciencia política que los grupos guerrilleros crearon en los CIUDADANOS.
La lucha que esas docenas de agrupaciones guerrilleras dieron —y algunas siguen dando— para transformar el país debe ser entendida, incorporada a nuestra historia. Es necesario reivindicar el papel de los derrotados en esa lucha por la transformación y democratización de México, saber el destino de los cientos de desaparecidos, la participación de las fuerzas armadas en dichos acontecimientos. Hay quereivindicar las derrotas, hacerle justicia a los caídos… sólo así podremos ser una sociedad distinta. Es necesario entender que sin la VALENTÍA de esos miles de jóvenes, el triunfo de la izquierda mexicana en el 2018 hubiera sido impensable, ellos imaginaron lo imposible.