Hacia la formación de una nueva política de comunicación social en el marco de la globalización

Por Guillermo Torres

 

Propuestas alternativas

 

El modelo de desarrollo modernizador que gradualmente ha adoptado México al final del siglo XX con el Tratado de Libre Comercio en sus estructuras culturales ha comprobado en una década sus enormes limitaciones y las bárbaras deformaciones humanas que ha producido.

 

Ejemplo de ello ha sido la drástica devaluación del peso, la brutal fuga de capitales, el colapso agropecuario, la bárbara destrucción ecológica en todo el territorio nacional, la incontenible corrupción, el agudo desempleo, la marcada reducción de nuestro nivel de calidad de vida, el aumento de la incredulidad institucional, la crisis de esperanza de la juventud, etc.

 

Por ello, después del fracaso de dicho modelo, ahora se requiere la búsqueda e implementación de nuevas políticas, especialmente de cultura y comunicación, para lograr la participación de la sociedad a través de otros procesos de información y contribuir, con ello, a resolver las agudas contradicciones mentales que limitan el crecimiento equilibrado de la nación. 

 

En este sentido, es fundamental sustituir dentro del contexto de la modernidad la idea de crear un «Estado Mínimo» o «Ultra Mínimo» en el área cultural de México a través de la adopción indiscriminada de la política del «laissez faire informativo»; por la concepción estratégica del “Nuevo Estado Básico para la Sobrevivencia Social, sin el cual no podrá construirse un orden civilizatorio superior que mantenga las condiciones elementales de la convivencia en comunidad, especialmente, en la medida en que en el país somos crecientemente sociedades de masas cada vez mayores”.[1]

 

«Nuevo Estado Básico para la Sobrevivencia Social» que no se limite a ejercer la labor meramente de vigilancia policíaca, de atención a las urgencias inmediatas, de cubrir el servicio de recolección de basura, asistencia de los bomberos, etc., sino sobre todo que haga posible la participación democrática de la población en los procesos de creación de cultura y comunicación colectivos. Es decir, una comunicación de Estado al servicio del hombre y no el hombre al servicio del mercado vía la información.

 

Con ello, se podrán rescatar los aspectos positivos que ofrece la economía de mercado en el campo cultural, como son la eficiencia, la competitividad, la libertad individual, la apertura de mercados, la adopción de nuevos financiacións, etc.

 

Y al mismo tiempo, se aplicarán los contrapesos culturales de nivelación mental necesarios para sobrevivir que no están incluidos en el cálculo económico.

 

Frente a esto es imprescindible considerar que la práctica del libre juego de las fuerzas culturales y comunicacionales, no generan automáticamente un proceso de comunicación superior; sino que para lograrlo se requiere la presencia y la acción de procesos sociales planificadores, con alto nivel de participación de la sociedad civil.

 

Contrapesos planificadores que no sean burocráticos, estatistas, paternalistas; pero sí populistas, en su sentido más amplio, profundo y objetivo; pero que si vinculen globalmente los principales requerimientos de desarrollo social con la dinámica de producción cultural.

 

De lo contrario, los grandes límites naturales, que por sí misma, fija la economía de mercado sobre las dinámicas comunicacionales, generarán más contradicciones culturales que las que pretende resolver por la acción de la oferta y la demanda; y que sólo podrán ser resueltas con la introducción de la «Racionalidad de la Comunicación Social» en el campo de lo público.

 

De no construirse esta política de equilibrio en el área comunicativa y cultural, cada vez más, se vivirá el profundo divorcio existente entre necesidades materiales y espirituales de crecimiento social y la formación de la cerebralidad colectiva para resolverlas.

 

En este sentido, por el propio bien como República, hoy se tiene la obligación de preguntarse con todo rigor ¿Hasta dónde a mediano y largo plazo este modelo de desarrollo modernizador creará una cultura que propicie el verdadero crecimiento de la sociedad o producirá un retroceso del avance del hombre?

¿Qué acciones culturales se deben de realizar para reforzar la identidad nacional dentro de los marcos de los principios del mercado? ¿Cómo producir una cultura del desarrollo social dentro de la dinámica de la oferta y la demanda? ¿Cómo conciliar las presiones de un modelo económico que deforma la estructura cultural para incrementar sus niveles de acumulación material, con la necesidad urgente de formar una cultura global para la sobrevivencia humana y el respeto a la vida?

 

En la fase de globalización del país ¿Cuáles deben ser los contenidos culturales de una política nacional de comunicación social que propicie que se eleven los niveles de calidad de vida material, comunitaria y espiritual en el México de principios del siglo XXI?

 

De aquí, la necesidad urgente de reflexionar dentro de la dinámica de acelerado cambio modernizador que vive el país sobre nuestra cultura y proponer las acciones que deben ejercer los medios de comunicación para conservar su esencia nacional orientada hacia el desarrollo de una conciencia.

 

El proceso de la globalización mundial nos lleva a la creación de un nuevo orden cultural que modifica los contenidos y las fronteras ideológicas de los actuales estados nacionales.

 

De no efectuar esto, el alma cultural de la sociedad correrá el gran riesgo de quedar sepultada por los nuevos espejismos de la modernidad y sus derivados simbólicos parasitarios de ésta nueva fase del desarrollo de la sociedad capitalista internacional.

 

No obstante, la realidad del panorama anterior, hasta el momento el Estado y las instituciones privadas nacionales, estudian las consecuencias económicas, tecnológicas, laborales, políticas, financieras, ecológicas, etc. que tendrá el Tratado de Libre Comercio sobre estas áreas.

 

Pero no han analizado el impacto que ha tenido este convenio trilateral y la aplicación de las leyes del mercado sobre la cultura y los medios de comunicación mexicanos.

 

Es por ello, que en esta etapa de desarrollo neoliberal de la cultura nacional, debe considerarse altamente estratégico que la sociedad mexicana realice un permanente análisis que examine esta situación y plantee diversas alternativas de acción de lo que debe realizar el Estado y la sociedad civil para encarar esta realidad con madurez.

 

De no hacer estos cuestionamientos, y otros más, con honradez y severidad, nos encontraremos con que, en plena fase de modernización nacional con el Tratado de Libre Comercio, se habrán modificado las estructuras económicas, políticas, jurídicas, tecnológicas, etc. de la sociedad, pero no se habrán transformado las estructuras mentales profundas que, en última instancia, son las que sostienen y le dan vida a la comunidad.

 

Bajo estas circunstancias la sociedad mexicana estará avanzando con los «ojos vendados» por un precipicio muy peligroso y dentro de algunos años se verá y se sufrirán las consecuencias devastadoras que habrá dejado sobre la conciencia y comportamientos colectivos la presencia del funcionamiento desregulado de la lógica de mercado en el terreno cultural y espiritual de México.

 

De otra forma, teniendo posibilidades de sobra para comprender hacia donde tiende a evolucionar el proyecto cerebral de la sociedad ante el fenómeno de la globalización cultural y de aplicar las medidas correctivas necesarias para mantener el rumbo de comunidad autónoma, se habrá elegido el camino de la incondicionalidad ideológica que lleva a la sociedad a convertirse en “ciervos” que no buscan alternativas ante el proyecto de la “modernización”, sino a someterse dócilmente a ésta. Entonces se habrá entrado por propia voluntad en el “Fast Track de la desnacionalización y el extravío mental”.


[1] En el TLC el mercado fijará precios a los básicos, Excelsior, 27 de marzo de 1992; ¿ De qué sirve la democracia si pervive el mercantilismo en América Latina ?, Excelsior,, 3 de junio de 1992; Está en duda que el mercado solucionará mágicamente los problemas económicos, El Financiero, 26 de noviembre de 1993.

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