Por Rivelino Rueda
Cuando allá por la década de los ochenta, principios de los noventa del siglo pasado, se comentaba que México estaba en la ruta de “colombianizarse”, en referencia al terror que vivió ese país sudamericano por la guerra entre los cárteles de Medellín y de Cali, ese asunto se veía muy lejano. Hoy, los colombianos se ofenden cuando se les dice que Colombia puede “mexicanizarse”.
Hace apenas tres décadas que a los mexicanos se nos hacía absurdo y fuera de toda lógica que grupos criminales formaran parte de las estructuras de la política, de la economía, de los cuerpos policiacos y de las estructuras militares. Al mítico Pablo Escobar Gaviria se le veía como alguien lejano. El terror desatado en la tierra del vallenato y de los cafetales incandescentes eran sólo temas de series, de películas, de conversaciones.
Pero el periodista J. Jesús Lemus nos recuerda en su nuevo libro El Licenciado (Harper Collins, México, 2020) que no, que todo eso no estaba tan lejano como pensábamos, y que lo sucedido en Colombia en esa época de penurias y desolación sólo era un cuento para niños, comparado con el caso mexicano.
Y es que el periodista michoacano narra en esta nueva investigación cómo fue escalando este asunto, pero sobre todo las distintas fases de un problema que, de ser meramente regional en las décadas de los setenta y ochenta, con la consolidación del Cártel de Guadalajara, al mando de Rafael Caro Quintero, a derivar en un fenómeno inconmensurable a nivel nacional que fue auspiciado, apadrinado, solapado e incluso practicado por gobiernos, corporaciones de seguridad y justicia, medios de comunicación, así como por las mismas Fuerzas Armadas.
No sólo eso. Lemus Barajas desmenuza los factores por los que personajes como Genaro García Luna, o El Licenciado, o Luis Cárdenas Palomino, fueron una pieza vital para el encumbramiento de distintos cárteles de la droga, específicamente el Cártel de Sinaloa o el de los Beltrán Leyva, pero fundamentalmente el nivel de corrupción e impunidad con que operaron estos supuestos servidores públicos al amparo del poder, sobre todo en los sexenios de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Lo más escalofriante de todo es la narrativa precisa y rigurosa del autor sobre un plan de Felipe Calderón, que le fue encomendado a García Luna, para realizar una cumbre, a mediados de 2010, con los jefes máximos de todos los cárteles de las drogas en el país, con el propósito de una tregua consensada –tras ver perdida de antemano la guerra contra el narco declarada por el panista cuatro años atrás—entre todos los grupos criminales, la definición de plazas y rutas, así como el reparto equitativo de los narco recursos, en donde también se vería beneficiado el gobierno federal.
Jesús Lemus –con nueve libros en su trayectoria periodística—sabe de lo que habla en esta pieza imperdible. Él vivió en carne propia el mecanismo de terror implantado por el gobierno de Calderón Hinojosa y su secretario de Seguridad Pública para inventar delitos, constituir falsos testigos y encarcelar a personas inocentes en penales de máxima seguridad por el simple hecho de denunciar o cuestionar la estrategia corrupta y asesina de combate al crimen organizado.
“En Puente Grande, donde padecí tres años y cinco días de encarcelamiento, conocí a decenas de presos a quienes los arrebataron de su día a día y los exhibieron mediáticamente como lo peor de la sociedad. Y así, como si fueran lo peor de la sociedad, en lo que era un Estado sin derecho, también los sometieron a inclementes torturas: privación del sueño, incomunicación, falta de alimentos, aislamiento… Era la moneda de cambio con que teníamos que pagar dentro de la prisión. La cotidianidad de la cárcel era por demás cruel, porque a la injusta privación de la libertad se sumaba la tortura física, el hostigamiento a mitad de la noche por parte de los custodios, las golpizas y la condena anticipada por crímenes no cometidos. Todo eso hacía más pesado el encierro”.
Esa es sólo una historia de las miles que se vivieron en este periodo de terror entre 2000 y 2006, en donde García Luna cimentó su imperio criminal, y en donde hasta hoy y en los próximos años se verá la capacidad de devastación que dejó este individuo a lo largo y ancho del país, sobre todo en los continuos hallazgos de cientos de fosas comunes repletas de personas –como se refiere Jesús Lemus—que no tuvieron la fortuna de simpatizar con el “primer policía del país”, ni con sus aliados.
No decimos con el crimen organizado, como una forma de separar a las autoridades de seguridad y a la delincuencia organizada, porque el autor de El Licenciado deja claro que en este caso no había esa división. Todo, autoridades y grupos delincuenciales, formaban en común la delincuencia organizada.
Y sí. En ese periodo negro –que se extiende hasta 2012, en el gobierno del priista Enrique Peña Nieto y el caso de su secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, “El Padrino”, detenido apenas el pasado 16 de octubre en el Aeropuerto de Los Ángeles, California, y acusado por una Corte de Nueva York de introducir a Estados Unidos distintas drogas como heroína, metanfetaminas, cocaína y marihuana—los asesinatos no sólo se dieron en la población civil, sino entre militares, marinos, policías, ministerios públicos, jueces.
Es decir, tanto García Luna como Cienfuegos Zepeda son presuntos responsables directos de la muerte de cientos de elementos de las fuerzas de seguridad que creyeron en las instituciones y en los gobiernos para enfrentar a los grupos criminales que, al final, estaban (y están) enquistados en el mismísimo Estado.
El Licenciado, independientemente del curso que tomen los juicios a Genero García Luna y Salvador Cienfuegos, ya es un documento esencial de investigación para conocer la geografía del narcotráfico en México, pero fundamentalmente es un testimonio vivo del fracaso de la guerra contra el crimen organizado emprendida por Felipe Calderón, sobre todo porque en esta estrategia de simulación se desenmascara que la verdadera guerra fue contra la población civil y que los grupos criminales amalgamaron una alianza poderosísima entre las autoridades y los mismos delincuentes.
Lemus Barajas, por su parte, se afianza como uno de los periodistas más influyentes en el país, quien ha remado contracorriente en la severa crisis de credibilidad del periodismo mexicano en décadas, donde los trabajos de investigación en los medios convencionales son despreciados y suplantados por la idea mercantil del like fácil en redes sociales, a partir de trabajos inocuos que, incluso, rayan en la desinformación y la mentira.
Y es que con libros como Los Malditos –y su denuncia al sistema de impartición de justicia en México, con la fabricación de culpables, testigos y delitos–, México a cielo abierto –que narra sobre el poder corruptor de las mineras y su colusión con las autoridades–, o El agua o la vida –que expone las componendas entre grandes empresas y autoridades en el saqueo de agua en México–, Jesús Lemus refrenda su compromiso con la verdad, con las causas más nobles y con el periodismo de gran alcance.
Pero además, deja claro que en lo que se refiere a los grandes problemas nacionales, como se dice coloquialmente, los gobiernos “no nos quieren, nos odian”.
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