Uno de los puntos más importantes de cara a la prospectiva que se pueda hacer para entender la complejidad del mundo hacia los próximos cincuenta años será la manera en que Estados Unidos reconfigurará su fuerza política y su dinámica de pujanza comercial, económica y financiera, para pretender someter de forma única y exclusiva al mercado mundial.
En estos momentos Estados Unidos tanto como país y como espacio de acumulación de capital luce debilitado, frágil, derrotado parcialmente por la vorágine china y la fuerza rusa, y por lo tanto esta condición trae aparejado un sentimiento desde este país vinculado al rencor, al resquemor, direccionando todo lo planteado en términos políticos hacia una cierta convicción por pelear, incluso con obsesión desmedida, con la intención de no perder la estafeta del liderazgo mundial de forma única y exclusiva. Así de simple.
Estados Unidos no se quedará cruzado de brazos en el largo plazo, y por eso se vuelve trascendental no quedarse con la idea equívoca de que la pasividad casi obligada con que este país mira el crecimiento dominante chino y ruso en la actualidad será eterna.
Estados Unidos aprendió los errores estratégicos bajo los cuales algunas de las potencias europeas que dominaron las primeras fases expansivas del capitalismo moderno como Holanda o Inglaterra perdieron trascendencia tanto en las fronteras y mares del resto de Europa como en su camino por hacer más progresivo su dominio bajo pautas imperiales suelos y aguas de América, y ciertas partes de Asia.
En todo caso el devenir histórico de estas últimas se correspondió con el compartimiento de terreno y de espacios para desarrollo del capital de entre varias potencias europeas (como lo fueron Inglaterra, Holanda, Francia, Bélgica y aún Portugal), y no de una sola.
Quizás el destino de la inmensa mayoría de los países de África ha sido diferente, producto de las vulnerabilidades estructurales que han descrito la significancia histórica, y por ende la condición pobre y débil, de muchos de los Estados-Nación que integran este continente, y que ha vuelto viable en la misma inercia histórica la intervención de las naciones dominantes europeas.
Donald Trump reivindica un prototipo de filosofía peligrosa, sanguinaria, violenta, por momentos delincuencial, que convive en cualquier dimensión y cota dentro de la genética espiritual del ciudadano estadounidense común, sobre todo aquel que proviene de cepas fundacionales con valores religiosos bastante conservadores y un amplio sentido perverso de la propiedad privada.
China es cauto, opera con criterios ejecutivos de mercado y de empresa (irónicamente contrarios a la falsa percepción que por ignorancia muchos de los cuadros de la izquierda progresista del mundo confunden con un supuesto “comunismo” o “socialismo contemporáneo”), y sabe que Estados Unidos intentará resurgir a costa de lo que sea el sentimiento de querer dominar en solitario el mundo. La sangre que pueda derramarse por esta condición es intrascendente en lo concreto.
En ese sentido se vuelve indispensable que se modernicen ciertas conductas de la escuela empresarial, corporativa, y de la filosofía ganadora del espíritu convencional estadounidense; misma genética de ideas que desde las universidades de mayor prestigio, los circuitos intelectuales más consagrados y los espacios de acumulación de capital más importantes de Estados Unidos se ha impulsado por tradición política inclusive.
Muchos de los pensadores (en caso de que pueda ser compatible dicha categoría con la perversidad del pensamiento fundacional al que pertenece el “Trumpismo”) que tienen la vanguardia en el plano de las ideas en estos momentos en Estados Unidos saben que revivir las aristas fundacionales de este país encausará muchas facetas caóticas enpro de mostrarle al mundo el verdadero sentido de la doctrina Monroe, pero aplicada hacia todo el mundo.
La economía estadounidense luce debilitada en la actualidad, y luce derrotada por las bondades estructurales, comerciales, financieras y seductores de la oferta rusa y china, pero la cotidianidad estadounidense de su modelo de vida, su brazo armado, su cultura, sus patrones de dominación, sus cotas, sus dimensiones, su visión de modernidad y el resto de sus ponderadores de sometimiento no económica ni violenta se encuentran más vigentes que nunca.
¿Qué valores de modernidad, de dinámica comercial, de bienestar, de satisfacción por consumir, de “libertad” dentro de las cotas del mercado, de pujanza, de “progreso social” enarbolan por sí solas empresas como Google, Facebook, McDonald’s, Nike, coca cola? ¿A caso la globalización les hizo perder a firmas como estas y muchas más la genética fundacional y el espíritu dominante del país que las vio nacer y crecer como empresas nacionales para luego ser globales?
¿Será que no nos hemos puesto a pensar que para que muchas de esas empresas fueran dominantes necesitaban vincularse a un desarrollo histórico de un espacio de acumulación de capital objetivado en un territorio como lo significa Estados Unidos desde su fundación como país?