Carta a un sueño del que acabo de despertar

Por Manuel Caballero

Lo primero que quiero aclarar, es que escribo esta carta totalmente sobrio. Libre de cualquier especie de estupefaciente, ya sea narcótico, hipnótico, alucinógeno, enervante, anestésico, somnífero y/o sedante. Como juró Maradona en el 94: “No me drogué”. Estoy limpio.

Lo segundo es que lo primero, determina y condiciona de manera transversal este texto. (Le suma en autenticidad y protocolo. Le resta en inspiración). Pero un escritor tiene que escribir.

Lo tercero, y no por esto menos importante, es que te la escribo exclusivamente a ti. Aunque nunca la leas.

Bueno […]

Estoy en estado de conmoción. De shock. No he podido reflexionar aún, mucho menos explicarme qué es lo que pienso y siento de todo esto. No me han salido las palabras. No me han salido las lágrimas. No me ha salido nada. Espero que este modesto intento de escribir me ayude a expresar lo –poco- que pueda comprender de esta situación.

Espero no enredarme en explicaciones insustanciales, llenas de adjetivos lambiscones, o en una retórica rancia e individualista de quejidos propios de un reprimido. Espero poder decirte todo lo que quiero decirte y así, paralelamente, sanar mi corazón herido.

Llegar hasta este punto de la epístola me ha robado ya dos horas ¡Soy un fracaso! Lo sé. Pero peor fracasado es el que no lo intenta.

Aquí voy.

No era una mañana cualquiera. No fue una noche cualquiera, por ende. Programé mi día para ello.

Faltar a la universidad me pareció algo sencillo. Desde que lo anunciaron en el diario y en la televisión no hice otra cosa que pensar en eso. Me imaginaba cómo podría ser. Me daba algo de miedo que algo saliera mal. Que estuvieras tan nervioso como yo, y cagaras algo tan importante para mí.

Programé el despertador un par de horas antes del evento y me eché a dormir. Cuando encendí el televisor, la mañana siguiente, ya había imágenes del reconocimiento físico y de la firma del contrato. Faltaban escasos minutos para la presentación. Me encerré en mi habitación y antes de azotar la puerta le grité a mi madre que estaba en la cocina: “¡¡No existo!! ¡¡Me morí!!”

Las entrevistas a los asistentes en las inmediaciones del estadio revelaban que éste estaba abarrotado. Multitudes caminaban alrededor en éxtasis. Gritaban, coreaban, bailaban. Era como si fueran a la celebración de un título. No se equivocaban. Eso era. La celebración de un título.

El Bernabéu (la zona habilitada) estaba a su máxima capacidad. Reventaba de gente. La atmósfera, evocaba el momento aquel en que una muchedumbre espera la aparición de un Rockstar. Los asistentes estaban ya tan desesperados, que eran capaces de explotar con elzumbido de una mosca que volaba cerca del micrófono. De hecho sucedió varias veces. La expectación era casi insoportable.

Mi habitación, tapizada de posters y fotitos tuyas, con un televisorcito de fondo, era una digna sucursal del Bernabéu. Hasta que aparecieron dos personajes sobre la tarima (junto a Eusebio). Los dos para darte la bienvenida. Los dos, igual de fundamentales en esta historia, nuestra historia, ese día y hoy.

Uno puso el ejemplo, que bien supiste imitar, y superar. Y el otro puso el dinero, que bien supiste multiplicar. Hoy el primero ya no está, te observa desde la eternidad. El segundo te ha echado.

Y entonces apareciste tú. Tan grande como siempre. Majestuoso. Impoluto. Y el recinto se cayó. Las ochenta mil (y un) almas. Se volvió una ovación unánime. Una misma garganta y un mismo pecho reunían todos los sentimientos. Una sola voz. Un solo canto. Todos rendidos a tus pies.

Y entonces llegó el cenit. Las palabras mágicas:

“Muchas gracias. Y ahora voy a pedir a todos que digan conmigo. Yo voy a contar hasta tres y decimos todos Hala Madrid ¿Vale?…Vamos… uno, dos, tres: ¡Hala Madrid!”.

Era el lunes siete de julio del dos mil nueve. Ya no.

Yo no simpatizaba con ningún club en el fútbol europeo -nunca logré crear un lazo de identidad con ninguno. Para mí y mi limitada cultura futbolística, hasta mi adolescencia, solo pude sentir afecto sincero por un equipo. El equipo de mi infancia: el Club Deportivo Guadalajara. Alenté al Bayern Múnich, al Milán, y a la Juventus. Una farsa. Un completo villa melón.

 

 

Mi equipo favorito antes de tu llegada a la Casa Blanca, era el Manchester United. Simplemente porque estabas tú. Jugaba al PlayStation a diario para meter todo tipo de goles contigo.

Recreaba las grandes jugadas entre Rooney, Tevez y tú. Los centros de Giggs. Las barridas de Scholes. Las atajadas de Van der Sar. Incluso lloré y me arrastré por toda la sala de casa de mi abuela durante la tanda de penales de la final de la Champions en Moscú. Recuerdo que ella me vio y me dijo: “Si sufres tanto ¿para qué lo ves?”.

Esa temporada 2007-2008, espectacular, siempre la tendré grabada en mi mente, ya eras mi ídolo.

Pero esto era algo diferente. Completamente diferente. Se respiraba. Era un paradigma. El jugador más caro de la historia. Balón de Oro. Bota de oro. Campeón y subcampeón de la Champions.

Jugador más valioso y goleador de la Premier League. El futbolista más mediático del mundo. Todo esto, con tan solo 24 años. Y por si faltara algo: nuevo jugador del Real Madrid. Una simbiosis, hasta entonces, inédita.

Ese día empezó, gracias a ti, un amor que no sospeché –nunca- tener.

Siempre pregoné que yo no le iba al Madrid. Yo le iba a Cristiano. Y mis conocidos me replicaban:

“¿Y si fichara con un equipo de tercera división le irías?” Respondía inmediatamente con vehemencia: ¡Sí!

Hoy puedo decir con toda seguridad, y sin el más mínimo bochorno que no. Que no me importan las burlas, ni las incredulidades. Que no me acomplejo ante ninguno. Ni ante los que vieron jugar a Di Stefano. No me siento menos frente a los que se contagiaron del coraje de Juanito. No me inhibo con los que presumen “madrugaban” los domingos –aquí en México- para ver los goles de Hugo.

Los que adoraron a Raúl. Los que vieron debutar a Iker. Ni con los que alucinaron en llanto con la volea de ´Zizou´.

No celebré ni la octava, ni la novena. No celebré la Intercontinental del 98, ni la del 2002. No celebré a Los Galácticos. Ni las dos ligas de Capello.

Yo vi al Madrid de CR7.

Hoy puedo decir con toda seguridad, y sin el más mínimo bochorno que no. No le voy a empezar a ir a la Juventus. Que no sigo siendo un paria del fútbol. Que soy cristianista. Pero por encima de eso, soy madridista. El peor de todos si se quiere, pero madridista. Y elijo ser del Real Madrid.

Y todo gracias a nueve años maravillosos. A un sueño que me duró nueve años. Gracias a un prodigio de futbolista. Gracias a la mayor ilusión que me ha dado la actividad humana que más he amado en mi vida.

Gracias al hombre que sin siquiera conocer en persona, más me ha hecho reír y llorar, querer y despreciar. Gracias por hacerme faltar tantas veces a la escuela, al trabajo, a las reuniones familiares. Gracias por haberme arruinado una amistad o por haberme hecho dejar plantada a esa muchacha que pudo ser mi esposa.

Gracias por haber hecho menos difícil y menos solitaria mi adolescencia. Gracias por darme un enemigo deportivo tan grande y poderoso, para después regalarme la sublime gloria de verlo vencido bajo tu inexpugnable yugo. Gracias por aguantar tantos años de sequía y menosprecios. Gracias por no claudicar.

Gracias por el “Calma”. Gracias por el “Aquí estoy yo”. Gracias por empujar a Guardiola. Gracias por silenciar el Camp Nou. Gracias por el: “por ser rico, por ser guapo, por ser un gran jugador, las personas tienen envidia de mí”. Gracias por Nereida. Gracias Por Irina. Gracias por estar triste. Gracias por el “¡¡Síuuuu!!”.

Gracias por pararte así en los tiros libres. Gracias por las celebraciones. Gracias por los goles agónicos. Gracias por los 451 goles en 438 partidos. Gracias por los 35 hat-tricks. Gracias por las 2 ligas. Las 2 Copas del Rey. Las 2 Supercopas de España. Las 4 Champions. Las 3 Supercopas de Europa. Los 3 mundiales de clubes. Los 4 balones de oro.

Gracias por darme la dicha de ver cómo, los que se burlaban de ti, terminaron celebrando tus goles. Gracias por callar tantas bocas. Gracias por abrir tantas otras.

Gracias por dotarme de un sentimiento. Gracias por hacerme madridista. Gracias por hacerme tan feliz. Gracias por las victorias. Gracias por las derrotas. Gracias por este sueño casi húmedo de 9 años. Pero sobre todo: GRACIAS POR SER CRISITIANO RONALDO. GRACIAS POR EXISITIR.

 

 

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