Por Mónica Loya Ramírez
En esta marcha las protagonistas son ellas, las jóvenes que gritan: “No me protege la policía me protegen mis amigas”. Con fuerza, seguras de que su lucha es justa.
Acompañadas se hacen poderosas, se saben guerreras por su vida, en una realidad que hasta ahora lleva 254 feminicidios en los primeros dos meses de 2020.
Tan sólo para 2019, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad (SESNSP) reportó 890 feminicidios, mientras que el Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidios identificó más de tres mil.
Algunas de las diferencias de datos se dan porque se tienen distintas fuentes oficiales que cuantifican diferentes cosas; no todos los estados tienen el tipo penal de feminicidio definido en sus códigos, no todas las autoridades inician todas las carpetas de investigación como feminicidio y no todas las que lo hacen logran acreditarlo adecuadamente.
***
Son muchas, apretadas, juntas puño a puño cantando: “Abajo el patriarcado que va caer, que va a caer, arriba el feminismo que va a vencer que va a vencer”. La mayoría muy jóvenes, unos 18 o 26 años en promedio.
Abarrotadas en el Metro,entonando consignas…contagian su fuerza, su entusiasmo, no hay espacio para nadie más, pasamos estaciones y no se pueden sumar más compañeras.
Desde afuera se gritan, se reconocen, se apoyan, la fila para abordar el transporte es inútil porque no hay espacio para nadie más, por más intento y ganas de hacerle espacio a la otra, no hay manera.
El vagón es una romería donde algunas aprovechan para pintarse colores verde y morado en la cara; quedar con sus amigas en algún punto de encuentro por si se separan en la muchedumbre; otras aprovechan para dar el último toque a su cartulina.
***
En el Monumento a la Revolución la marcha no empieza y el espacio cada vez es más poco. Hay algo nuevo en esta reunión: la pluralidad. Mujeres de clase alta se mezclan con mujeres indígenas, chavitas fresas con chavitas enmascaradas.
Todas amables. Todas unidas. Todas fuertes en una sola consigna “Ni una más ni una más, ni una asesinada más”.
Se alcanza a escuchar a una mujer muy bien vestida con ese tono que caracteriza a quienes van más al mall en Polanco o Santa Fe que a las marchas en la calle: ¡Vengan, mi chofer nos lleva, aquí está llenísimo!
En los alrededores de la plaza no faltan los hombres que llaman la atención sobre su falta de protagonismo: “No hablo, no grito solo escucho y apoyo la causa de las mujeres, #niunamenos”, cita una cartulina con letras grandísimas que es im…po…si..ble no ver.
La marcha tarda mucho en avanzar, la convocatoria superó expectativas y no hay manera de organizarse, se empiezan a hacer contingentes paralelos, pero nadie se echa para atrás.
La presencia de las jóvenes es visible, mayoritaria y comprometida. Se sienten juntas. Se saben invencibles. Saben que sólo pueden contar con ellas. Se escuchan. Se comprenden. Se apoyan.
Una chica escribe en un puesto de periódicos: “tuve que perdonarlo para seguir viviendo” luego voltea la cara con actitud retadora. Las demás responden a coro “Yo sí te creo, yo sí te creo”.
En nuestro país la saña y el horror se cierne sobre esta generación de jóvenes y niñas con total impunidad. De diez mujeres que son asesinadas diariamente, al menos una de ellas es una niña, alertó el colectivo Pacto por la Primera Infancia.
De acuerdo con el balance anual 2019 “Infancia y adolescencia en México, entre la invisibilidad y la violencia”, elaborado por la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), tan sólo en los primeros siete meses de 2019 hubo un incremento de 13.5% de muertes de niñas y adolescentes menores de 14 años.
En 2018, el 43% de las mujeres víctimas de homicidio tenía menos de 30 años.
Ejecutadas, ahorcadas y acuchilladas, así mueren las mujeres y las jóvenes en México. De ahí la rabia, el enojo porque desaparecemos y no pasa nada, porque somos invisibles.
Patearlo todo, quemarlo todo hasta que nos vean, nos escuchen, nos protejan. Esta generación de jóvenes no puede salir de fiesta, las niñas no pueden ir a la tienda. En el camino a la escuela. Saliendo de trabajar.
A cualquier hora del día puede presentarse el horror en el camino.
Y ellas, las jóvenes corean “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”.
“Te dije que no, estúpido no, mi cuerpo es mío, sólo mío, yo decido, tengo autonomía”.
Y aunque la violencia machista se ensaña con todas las mujeres de este país, es esta generación de jóvenes la que toca el ritmo que todas gritamos:
“¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué nos asesinan? ¡Si somos la esperanza, de América Latina”
La que encabeza. La que denuncia. La que grita. La que patea bardas. Pinta monumentos. La que ha puesto en la discusión pública temas invisibles como el acoso (tan normalizado); los otros métodos de lucha, el abuso de profesores y la sororidad como arma de lucha.