Por: Armando Martínez Leal
Para mi muso sempiterno: Coyohua
En una situación sin salida
no tengo más opción que ponerle fin.
El 26 de septiembre de 1940 murió Walter Benjamin, a partir de ello se han elaborado diversas interpretaciones en torno a este evento. La versión inicial habla que se quitó la vida con una sobredosis de morfina, que había adquirido en Marsella semanas antes de su muerte. En este siglo se han planteado dos nuevas adaptaciones en torno a su muerte, indicando que se trató de un asesinato; para unos fue la Gestapo quien lo mató; para otros, cayó bajo las garras del stalinismo.
Lo cierto es que más allá de la necesidad de esclarecer el acontecimiento, está la recepción, comprensión y actualidad del pensamiento benjaminiano. Hannah Arendt en su ensayo: “Walter Benjamin 1892-1940”, desarrolló una idea planteada por el mismo Benjamin en torno al autor y su obra. Se trata de la cuestión referente a la fama y el reconocimiento.
La última mitad del siglo pasado se puso en el centro de la cuestión pública: la fama. Los medios de comunicación masiva transformaron la idea de lo público y del reconocimiento del ser… pasamos de la traza sarcástica de Andy Warhol sobre los 15 minutos de fama, al paroxismo de las redes sociales. Aparentemente, en el ejercicio del escritor, del creador, es más importante la fama y lo que ella conlleva, que la creación misma. La gran mayoría de los artistas del siglo XX vivieron y murieron en la pobreza; sin embargo, después de su fallecimiento sus obras se venden en sumas estratosféricas. Vincent van Gogh nunca se hubiera imaginado que su cuadro “Retrato de Joseph Roulin” fuera adquirido por 111 millones de dólares… ¡ciento un millones de dólares!
La fama trae consigo un conjunto de equívocos, no importan las aportaciones estéticas de Van Gogh, sino una selfi en una silla que tiene como fondo el cuadro de su habitación. Hay, como lo señaló el propio Benjamin, un proceso de mistificación en la reproductibilidad técnica de la obra de arte, donde ésta pierde su carácter aurático.
La fama es una de las formas en que las masas engullen los productos culturales. No tiene ninguna valía la aportación estética o la experiencia simbólica. Se parte de la hipótesis “mercadológica” de que las masas por antonomasia son idiotas; con ese desprecio se elaboran las mercancías que traga el individuo moderno.
Así, lo que importa de la obra de Walter Benjamin no son sus textos, ideas, aportaciones metodológicas… ese modo distinto de pensar, esa manera de aposentar la mirada en las cosas y luego reflexionar sobre ellas; acto que aparentemente no tenía mediaciones. Sino para el síndrome de degustación escatológica de la contemporaneidad, lo destacable de la obra del Berlinés, es si se quitó la vida o no, si la Gestapo lo asesinó; o bien, fue Stalin… volver digestivo lo tragado. Cobra más tasación si Walter Benjamin en aquellas oscuras últimas horas cargaba o no una maleta negra con un supuesto texto inédito.
Asja Lācis, la letona, que fue el último amor de la vida de Benjamin narra como éste para conquistarla elabora un ensayo en torno al teatro para niños, actividad que ella realizaba. Lācis leyó segmentos de aquella carta-ensayo-amoroso frente a una audiencia, la cual impávida no entendía nada de lo ahí escrito, en el desarrollo de la lectura llegó Bertolt Brecht, quien puso atención y al terminar ésta, sonrío y dijo: …ese texto lo escribió Walter Benjamin… le gusta encriptar las ideas.
La fama ha arrollado la obra del Berlinés, fue hasta los años cincuenta del siglo pasado que se inició la publicación de su obra, gracias a los esfuerzos de Arendt, quien realizó la primera recopilación de sus ensayos en la serie “Iluminaciones”, en español se tradujeron una década después. La recepción de la obra benjaminiana es extremadamente problemática, en inicio por lo referente a su edición.
Theodor Wiesengrund Adorno y su discípulo Rudolf Tiedemann fueron los responsables de realizar las primeras recopilaciones; sin embargo, estas tienen ya un elemento problemático, que hace eco de la tirante relación que Walter Benjamin mantenía tanto con la Escuela de Frankfurt, como con el autonombrado aprendiz Adorno.
En 2004 se publicó “Benjamin und Brecht. Die Geschichte einer Freundschaft” de Erdmut Wizisla, se trata de un texto que aborda la relación entre Benjamin y Brecht, a partir del descubrimiento de los archivos de Brecht en la antigua Alemania del Este, una de las aportaciones de Wizisla, es que en ese archivo abandonado del autor de: “La ópera de los tres centavos”, encontró parte del archivo Walter Benjamin, ese que la Gestapo había incautado; ahí se encuentran originales que comparados con los editados por Adorno y Tiedemann muestran diferencias.
Hannah Arendt quien vio a Benjamin días antes de su muerte, recibió “Sobre el concepto de historia”. Al llegar a Estados Unidos buscó con urgencia a Theodor Wiesengrund para entregarle el original y que este fuera publicado, lo cual sucedió dos años después, tanto Adorno como Horkheimer se negaron a editarlo, no fue hasta que Arendt amenazó con hacer partícipe a Brecht, que estos realizaron un pequeño tiraje de 200 libros.
El primer original de: “Sobre el concepto de historia” tuvo cambios conceptuales “elaborados” por los frankfurtianos, pero Arendt previendo esto había copiado el texto original evitando así su tergiversación. Lo que Arendt no pudo evitar fueron los cambios que sufrieron los posteriores textos de Benjamin publicados por Adorno y Tiedemann, como lo muestra Wizisla en Benjamin y Brecht: historia de una amistad.
La masificación de la obra benjaminiana ha llevado a su mistificación. Es emblemático como aprendices curanderos de arte leen “ávidamente”: “La obra de arte en la época de reproductibilidad técnica”, texto extremadamente problemático. Si bien, ahí está condensada una crítica al estatuto del arte en la época de reproductibilidad técnica, este suele leerse acríticamente; otro elemento que no suele destacarse por los curadores de la enferma arte es que ahí también está contenido el uso político del arte.
En el momento de la redacción de: “La obra de arte en la época de reproductibilidad técnica” (1936), la relación Benjamin-Brecht estaba consolidada; además, de que el Berlinés había asumido ya al marxismo como ese elemento metodológico que buscaba desde la redacción de “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos” (1916). “La obra de arte en la época de reproductibilidad técnica” contiene un guiño hacia Brecht; el Berlinés acepta el uso político del arte, -que criticaba en el nazismo-, como elemento constructor de la conciencia de clase; es decir, el elemento pedagógico que Brecht desarrolló.
Otros grandes lectores de: “La obra de arte en la época de reproductibilidad técnica”, son los estudiantes de arte y particularmente de fotografía, pero desafortunadamente no realizan el ejercicio de inflexión respecto de la fotografía o el kitsch; ambos encriptados en el texto, pero muy pocas veces descifrados. Es como si la mofa warholiana hubiera perdido sentido, es como el mismo Benjamin lo dijo, respecto de empeñar su obra con el usurero de la esquina.
La relación que las masas establecen con los productos culturales es de tragar y jiñar, siempre listas a la siguiente escatología que se les ofrezca como novedad; desafortunadamente para las masas, la obra del berlinés no puede engullirse, es necesario paladear momento a momento, en un ejercicio de detención.
El próximo 26 de septiembre se cumplen 80 años del fallecimiento de Walter Benjamin. Un homme de lettres que se comprometió con su tiempo y espacio, que decidió combatir la injusticia social, que elaboró uno de los pensamientos fundamentales para entender la enfermedad del presente. Sin la obra de Walter Benjamin son impensables los textos de la Teoría Crítica. Benjamin está encriptado -por decirlo suavemente- en la obra de Michel Foucault.
La aportación de Walter Benjamin a la historia de las ideas es fundamental, no sólo por estar encapsulado en varios autores, muy leídos y con fama; sino porque el diagnóstico que elaboró de la modernidad es extremadamente vigente. Su reelaboración del pensamiento marxista es excepcional.
Walter Benjamin es un homme de lettres famoso, editado y traducido en múltiples idiomas, la bibliografía en torno a su pensar y su devenir en el mundo es basta. Benjamin prefería el reconocimiento a la fama, ya que esta última coloca al sujeto en el centro y no a su pensamiento, a su obra. Tal vez por eso en los relatos en torno a sus últimas horas exista recurrentemente el testimonio, de que lo escucharon decir: que lo importante no era él, sino su obra.
Ochenta años han pasado de tu partida… encuentro confrontación en tu pensar, tropiezo con el consuelo y me mantengo a la deriva. ¡Gracias, amado Walter Benjamin!
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