Por Rodrigo Pacheco Jaimes
Y ahí estabas frente a ella. Tan perfecta, tan envidiada, tan codiciada. Una simple copa para muchos, pero el paraíso eterno para otros. Y tú eras incapaz de tenerla, de poseerla. Se veía en tus ojos la tristeza y la frustración de un nuevo fracaso con tu selección.
Habían transcurrido los 120 minutos más importantes de tu carrera y, una vez más, habías decepcionado al aficionado de tu país y probablemente al del mundo entero. Porque al deporte no le habías hecho ningún daño, este tropiezo significaba sólo una pequeña mancha en tu exitosa carrera. Una que sin duda estará ahí por el resto de tu vida…y de las nuestras.
El escenario era de ensueño. Jugar con tu selección en el estadio Maracaná. El estadio más representativo de tu odiado rival. Con su gente, con su fiesta, con su deporte. Llegaste sin hacer ruido. Cuatro goles tuyos en la fase de grupos bastaron para conseguir las victorias frente a Bosnia, Irán y Nigeria. Lo suficiente para ser primeros de grupo y avanzar sin problemas a octavos de final, donde te encontraste con Suiza. Difícil. Pero una buena jugada en tiempo extra bastó para ganar 1-0 y avanzar a la siguiente ronda.
Y llegó Bélgica. Uno de los caballos negros del torneo. La esperanza del nuevo futbol se presentaba como rival complicado tras su paso perfecto en la fase de grupos. ¡Pero bah! Siempre has sido más grande que eso.
Un rebote de Higuaín bastó para mandar el balón al fondo de las redes e irse a descansar ya pensando en las semifinales, donde les tocaba Holanda. La siempre indigesta Naranja Mecánica que, con su futbol total, había dejado atrás a México y España, y haría lo que fuera necesario para llegar a su cuarta final en la historia de los mundiales.
Pero primero se disputó la otra semifinal. Partidazo. El anfitrión Brasil recibía a la poderosa Alemania. La scratch contra los teutones. La magia contra el orden. Todo estaba pintado para ser uno de los mejores partidos en la historia de la Copa Mundial. Incluso, los más románticos soñaban que el gran clásico del futbol estaba esperando a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, la historia tenía preparada otro desenlace. Uno no muy lógico. La magia amazónica nunca despertó y bastaron 28 minutos y 42 segundos para acabar con el sueño brasileño y, de paso, marcar el nuevo Maracanazo con un letal 7-1 que quedará en la historia de los mundiales.
Y ahora sí, era tu turno. El odiado rival había quedado eliminado de manera escandalosa. Tenías que salir a comerte el balón. A vencer a Holanda y soñar con lo más grande, porque Alemania ya te estaba esperando con las ganas de conseguir su cuarto título. Pero fue un partido muy trabado, cero-cero al descanso y las cosas no funcionaban en el tiempo complementario.
Una vez más, las críticas empezaron a deambular por la Arena de Sao Paulo porque las cosas no caminaban de mejor manera. Terminaron los 120 minutos del encuentro y llegaron los penales. Los malditos penales que tanto asustan.
Pero como dice ese viejo proverbio futbolero: “Los mejores cobradores siempre tiran el primero”. Y ahí estabas tú, Lio. Como los grandes. Tomaste el balón y marcaste el primero de la serie. Abriste el camino que pronto acabaría con marcador de 4-2 a favor de la albiceleste. Y lo lograbas tú, con tu Argentina. Con tu siempre criticada selección que, tras 24 años después, regresaba a la final de la Copa del Mundo. Pero ahora en Brasil, en la casa del eterno rival.
El calendario marcó domingo 13 de julio de 2014. Todos los periódicos anunciaban la llegada de la gran final. Una nueva en tu corta carrera, pero sin duda la más importante de todas.
El estadio Maracaná estaba repleto. 80 mil espectadores sentados viéndote en ese recinto histórico. Millones más en sus casas apoyando (u odiando). Restaurantes y casas llenas, televisiones, radios, gritos, perros, niños, niñas, abuelos, banderas.
Todo el mundo futbolero (y no tan futbolero) te observaba. Te criticaba. Analizaba ese futbol tuyo que tanto gusta y que te ha llevado a rozar las estrellas…Pero Alemania. Siempre Alemania. A pesar de que en 90 minutos no te pudieron hacer daño. A pesar de que Higuaín no pudo marcar la más clave del partido.
Se iban al alargue (otra vez el maldito alargue). Treinta minutos más de tensión y sufrimiento. De aguantar a una selección alemana que se volcaba al frente con tanta agresividad y empeño. Corría el minuto 116, faltaban escasos 4 minutos para volver a disputar los penales… Pero no. Una simple largada de Mario Götze por la banda de la derecha fue suficiente para marcar el 1-0 y decretar el final de tan esperada Copa.
Todo había terminado. La leyenda se te había escapado de las manos. Así como agua. Tan cerca, tan cerca. Pero hoy no Lio. Hoy te toca hacerte a un lado y dejar que otras estrellas escriban la historia. A veces pienso que el futbol se pasa de caprichoso y sólo juega con nosotros. Tantos entrenamientos, tantos goles y jugadas, tanta magia y alegría, pero hoy no. Hoy simplemente el destino quiso escribir un nuevo guión. Uno más fácil, Uno menos legendario.
Así que no queda más que seguir brillando con esos goles y jugadas que tanto nos enamoran. A seguir soñando porque dentro de cuatro años se presenta una nueva oportunidad para levantar la tan ansiada copa y demostrarle al mundo (una vez más) que eres el más grande de todos.